El combo economía y pandemia es en sí mismo complejo de sortear. Y, si se añade el condimento de la incertidumbre, la combinación resulta letal. La economía como ciencia social, y el gobierno como responsable de las políticas, adeudan a los argentinos el plan de contingencia para la salida de la crisis. Sin esos valiosos datos, es un enorme desafío prepararnos para el futuro que estamos mirando de reojo, no sólo porque lo desconocemos, sino porque no hay ninguna reseña oficial que nos diga dónde estamos parados y desde dónde y hacia dónde vamos a arrancar.
Lo cierto, en medio de la incertidumbre, es que la economía se vuelve todos los días una pata más frágil de un gobierno que necesita de todos. En ese conjunto de imprescindibles están (además de los intersticios de la política), todos los segmentos de economía. El campo, como uno de sus actores, asimiló las desventajas de ser uno, sino el más atractivo, a la hora de que le escudriñen sus números. Así, mientras el país se desgaja, las familias agropecuarias empujan todos los días, centavo tras centavo hacia la caja sin fondo del Estado que debe procurar seguridad, educación y salud para todos los argentinos.
Y es ahí, donde los productores quedamos a la intemperie. Sin escuelas rurales, sin hospitales ni centros de salud a mano, nos encontramos también con la indiferencia de los gobiernos provinciales y nacional frente a los sistemáticos ataques al campo. Cómplices silenciosos de una acción que arruina moral y económicamente a la familia rural y que a la par empobrece al país en alimentos y recursos, los funcionarios se alzan de hombros y miran para otro lado frente a pérdidas millonarias mientras obligan a los argentinos a ajustarse cada vez más la cincha.
Es curioso que el Estado tenga el minuto a minuto del movimiento económico de un productor, gracias a un andamiaje impositivo que no permite sortear un sólo casillero, pero no pueda esclarecer siniestros con la misma lupa con la que controlan nuestras cuentas.
Suplantan la falta de nuevas ideas para reactivar la fallida economía, con nuevos términos como la "estanflación". En el campo lo decimos más simple: Es una economía atada con alambre, donde todos los índices dan negativos y no hay un plan para remontarlos. El campo, cuya capacidad de movilización ha dejado a muchos un sabor amargo en la boca, enfrenta hoy la táctica del desgaste y la desmoralización. Sin embargo, la política debería considerar que los productores estamos templados. En las últimas décadas, como históricamente lo hemos hecho, nos dedicamos a producir para rescatar al Estado que nos reclamaba más recursos a la par que nos ponía más trabas.
La economía argentina va por un enorme tobogán. El campo es un gran freno para esa abrupta caída. El único movimiento en la parálisis argentina es el aumento de la recesión que ya se asemeja a la histórica caída de 2002. A esa señal de alarma se agrega la moral cínica y pendular de cuidar, por un lado, la soberanía alimentaria, y por el otro, ignorar la quema deliberada de alimentos. La política ya tiene otras viejas deudas con el campo: previsibilidad, leyes de seguro multirriesgo, semillas, créditos, infraestructura, y planificación. No vamos a permitir que sumen a esa larga lista, la indiferencia frente al delito.
Fuente: Jorge Chemes, presidente de CRA / Título de nota: Hoguera de dólares / Prensa CRA